Si tenemos en cuenta que los pensamientos tienen una realidad neuroquímica y hormonal al interior de nuestro cuerpo, parece evidente que su naturaleza pueda afectar nuestras sensaciones físicas e incluso la salud corporal.
Existe una cierta tendencia a desestimar el valor o la influencia de nuestros pensamientos en la realidad. A veces se dice que solo los hechos o las acciones importan, en razón de que estos son objetivamente verificables y visibles. Sin embargo, no por el hecho de que parezca encerrado en nuestro cráneo, el efecto de lo que pensamos es menos real.
Con esa idea en mente, Henning Boecker, neurocientífico de la Universidad de Bonn, experimentó con el efecto que los pensamientos tienen en las sensaciones físicas, específicamente los pensamientos de alegría en las sensaciones de relajamiento y energía en contraste con los de tristeza y su consecuente expresión física de desgano o cansancio.
Tomando imágenes de atletas que recién habían corrido durante dos horas a buen ritmo, Boecker encontró que el ejercicio había elevado los niveles de endorfinas en su cerebro, lo cual produjo a su vez una intensa sensación de euforia en ellos.
Recordemos que el sistema endócrino secreta las hormonas en nuestro torrente sanguíneo al mismo tiempo que experimentos el correspondiente sentimiento; así, por ejemplo, las llamadas hormonas del estrés, el cortisol y la norepinefrina, son también las del enojo y la indignación. Su efecto además se expresa de forma fisiológica, pues el cuerpo reacciona a dichos químicos liberando energía almacenada, incrementando el flujo sanguíneo en los músculos, acelerando el ritmo cardiaco, aumentando la presión sanguínea y la respiración y deteniendo procesos metabólicos clave como el crecimiento y la digestión.
Un caso notable de pensamientos que influyen en las reacciones físicas del cuerpo es el de Norman Cousins, antiguo editor de la desaparecida publicación Saturday Review, quien recibió el diagnostico de espondilitis anquilosante, un mal degenerativo y sumamente doloroso que afecta la espina dorsal y del cual muy pocas personas sobreviven (la probabilidad es de 1 en 500).
El médico que atendió a Cousins le dio hasta seis meses de vida, plazo fatal que el periodista se negó a aceptar, rodeándose de amigos y familiares, viendo películas cómicas y negándose a caer en pensamientos depresivos.
El resultado fue que el hombre sobrevivió 26 años a su enfermedad y si bien parece difícil saber si fue por razones de otra índole (genéticas o médicas), su caso podría servir para estudiar los efectos reales del pensamiento en nuestro desarrollo físico.
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Publicado por Caalf en 20
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